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LA ORATORIA EN LAS RELACIONES PUBLICAS

De todos es conocido que la palabra ha sido, es y será el medio más elemental y más directo entre los seres humanos.

La oratoria, por tanto, a pesar de ser valiosísima para las relaciones públicas y la gente de vida pública, puede, por otro lado, convertirse en un arma peligrosísima si no se domina una técnica depurada.

Es habitual que al pronunciar un discurso se lleve el texto escrito, preparado. No existe nada más monótono y soporífero que un discurso leído, dado que tampoco es fácil leer en público y al discurso se le resta emotividad, credibilidad e interés. No siempre es efectivo. Lo correcto es llevar preparada unas notas y sobre ellas, desarrollar el tema del discurso o conferencia.

Algunas teorías señalan que el orador nace y no se hace. No compartimos tal criterio. Efectivamente, salvo que se posea algún defecto en la dicción cualquier persona puede seguir un curso de oratoria y dominar unas técnicas que le permitan dar un discurso de manera decorosa.

Ser mejor o peor orador ya es cuestión de tener mejores o peores condiciones: ser más o menos moderado, ser más o menos apasionado.

Con cierta frecuencia, observamos a presidentes de organismos, grandes dirigentes o a altos ejecutivos de varias empresas que carecen de técnica para hablar en público. Ellos no parecen darse cuenta y siguen martirizando a sus auditores con pesados discursos y sobre todo, reiterativos hasta la saciedad.

El respeto a su posición jerárquica obliga a escucharles y todos se quedan con las ganas de decirles, sincera y honestamente, que no es una faceta que domine. Podemos insinuar que los discursos conviene ensayarlos previamente. Por ejemplo, podemos darle el discurso grabado para que, en principio note la diferencia.

Los cursos de oratoria recomiendan en sus primeras lecciones, que para hablar eficazmente lo primero que hay que hacer es hablar. Pero, con ello no quiere decir que hay que hablar a tontas y a locas, ni tan siquiera que por hablar media docena de veces ya se aprende a hablar.

Se trata de pasar semanas, meses, años hablando y hablando de algún tema que se domine, de algún tema que se conozca profundamente, de algo que sea el fruto de sus experiencias y sus estudios.

Otro punto de gran importancia, es emocionarse o conmoverse sobre su propia charla. Si no sentimos lo que decimos, si no estamos convencidos de lo que hablamos, difícilmente lograremos comunicar algo a los demás, transmitir, en definitiva, nuestra forma de pensar y sentir.

Hablar sobre nuestras propias experiencias es gratificante en una conferencia. Siempre despierta interés, por una razón evidente: nadie tiene las mismas experiencias que otra persona; pueden ser similares, pero nunca iguales.

El conocer cómo cierto hecho, en cierto lugar y en determinado momento pudo influir en su manera de sentir y pensar, puede resultar interesante para los demás y con toda seguridad, hará que la intervención sea amena.

Por último diremos que las charlas sencillas son siempre las más bonitas y las de más éxito.

Una charla rebuscada, llena de metáforas, enrevesada, con un lenguaje rebuscado puede producir aburrimiento en el auditorio y por muy importante e interesante que sea el contenido, si no se entiende, constituirá en un rotundo fracaso. Por tanto, marcaremos ahora, algunos puntos que consideramos oportunos contemplar para preparar y pronunciar una charla.

1- Redacte, simplemente, unas notas sobre los puntos más interesantes que quiera mencionar.
2- Renuncie a escribir las charlas.
3- No memorice sus charlas.
4- Introduzca en una charla ilustraciones y ejemplos.
5- Conozca todo lo posible del tema a tratar.
6- No imite a nadie. Sea siempre usted mismo.

Con estas normas y la práctica constante de pronunciar charlas, estaremos en condiciones de desempeñar un buen papel.

Pero no todo acaba aquí. No sólo consiste en dominar la técnica de las charlas. Existe algo más: agradar a los oyentes, despertar simpatías entre ellos. Presentaremos algunas reglas de cómo lograrlo:

1- Cuando nos inviten a hablar, si consideramos que nos agrada y satisface, que en definitiva es un honor: ¡Dígalo!
2- Demuestre a sus oyentes su sincero aprecio.
3- Si es posible y lo conoce, mencione el nombre de alguno de sus oyentes.
4- Hable con modestia. No caiga en la presunción.
5- Utilice siempre el "nosotros" y nunca el "ustedes".
6- No hable en tono de enfado o reproche.
7- Disfrute mientras habla.
8- No se disculpe al comenzar sus charlas.
9- Reciba bien las críticas.

Observando durante nuestra charla estas máximas, podremos estar seguros de que el auditorio nos mirará con agrado y simpatía, lo que contribuirá a que la charla sea un éxito.

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